La Roma de Óscar David
por Mariana Martínez Esténs
Se yergue entre sabanas limpias y puestas de sol que dejan en relieve sus curvas recién levantadas.
No permite espectadores, solo participantes en sus trapecios amorosos, evita ataduras insípidas o falsos romances. Le toma una polaroid a la monogamia nomas para no olvidar que existe.
No gusta de los detalles escatológicos de aquella vez que enfermaste: de las promesas para la toda la vida. No, se rige en el más estricto realismo de lo que somos: seres carnales en busca de placer.
Hombres hambrientos, deseosos, necesitados, palpitantes.
La Roma de Óscar David no abarata el acto amoroso hasta hacerlo porno de Rosarito, no describe actos realizados al calor de un par de billetes o en una noche borracha.
No, nos habla de aquella perversión que nació desde niños; oler los calzones de alguien, orinarle en la cara, hacerle a alguien lo que nadie más le ha hecho y que le guste.
Roma es una lúcida disertación sobre el deseo, el placer y lo que pueden hacer bocas, orificios y falos en conjuro.
Óscar David utiliza el lenguaje cual cirujano presuntuoso, aquel que mal llega al quirófano y va ya sacando todo su instrumental brillante y nuevecito.
Alardea hasta el punto de invitar al diccionario.
Nos pasa con la lengua desde el primer hombre Adán, hasta Tristán, Rómulo, Remo, un Héctor y como hojeando en la memoria, también va vislumbrado al posible nuevo dueño de su orgasmo.
Nos recuerda que amar para siempre es amar un instante, es un flashazo en el que se da todo y si llega el final, pues se agradece y que por mucho que disfracemos nuestros motivos en el trajín diario, finalmente, todos los caminos conducen al deseo.
26 de octubre de 2010, Tijuana